La Puerta

Me preguntó si había pasado por la puerta.

Yo no supe como responderle, después de todo, estábamos en medio de un bosque, y las puertas no son elementos comunes en un lugar tan remoto.

Al no escuchar mi respuesta, el fauno preguntó de nuevo si había pasado por la puerta.

Sin saber con certidumbre de que se trataba la pregunta, le dije que no.

Con su mirada malévola, el fauno se acercó y me olió, parecía como hecho de árbol y tierra, como una masa salida de las raíces secas de un tronco viejo. Pequeñas mariposas flotaban a su alrededor como esperando un suspiro de vida que viniese de sus labios.

Este fauno era viejo, eso era claro. Sus pies eran extrañas mezclas de cosas antiguas y patas de animal, quizás un día hace mucho tiempo el fauno había sido mas de carne que de pulpa, pero después de tanto tiempo de vivir en la arboleda es apenas comprensible que un ser se transforme de semejante manera.

Cuando se sintió satisfecho con mi aroma, se giró y estiró su dedo índice para mostrarme algo sorprendente.

Allí, en medio del bosque, y como salida de la nada, había una puerta.

No era una puerta como cualquier otra, lo cual es mucho decir. Aparte de haber aparecido en un instante y de estar en medio de un bosque, esta puerta tenía algo en particular. No parecía llevar a ninguna parte. 

Erguida como estaba no separaba una habitación de un pasillo, o una cocina de una sala, como sus congéneres suelen hacer, sino más bien, separaba un lado de la puerta del otro lado, lo cual era un obstáculo fácilmente salvable si uno decidiera caminar alrededor de ella.

Mas cuando intenté mencionar tan obvia observación, el fauno me hizo callar con un chasquido de su boca hecha de cortezas, me dijo que semejantes comentarios no eran bienvenidos y que si quería llegar a tener el derecho, no, el privilegio de cruzar la puerta, iba a tener que comportarme mucho mejor. 

La sabiduría de mis noches asoladas no es profunda, pero no se requiere a un hombre sabio para saber que tenía que callar. Así que callé y esperé a que el fauno caminara a mí alrededor castañeando sus dedos hasta que habló de nuevo.

El fauno me preguntó que si había venido a buscar la puerta.

Le dije que no. Después de todo, esa era la verdad.

Me preguntó que entonces que había venido a buscar. Le contesté que había venido a buscar un lugar sagrado donde las preguntas pueden ser contestadas, donde los misterios pueden ser revelados, donde las mentiras pueden ser descubiertas.

El fauno rió estridentemente y sus carcajadas rebotaron por el bosque como cañonazos de madera y polvo, como si mil tambores tocaran en un instante una melodía rítmica de mil años y luego callaran para no tocar nunca más.

Cuando finalmente paró de reír, me dijo que yo estaba buscando la puerta.

Lo miré con curiosidad y sin entender muy bien lo que me decía. Entonces me explicó que los únicos que podían hablar con el fauno eran aquellos que buscasen la puerta, y que aún si yo no supiera que lo que buscaba era la puerta, ya la estaba buscando, la lógica circular del argumento parecía revolverse en sí misma de manera escalofriante.

Le pregunté al fauno que si la puerta era el lugar sagrado.

Su sonrisa de pino y cedro se acentuó brevemente, me dijo que la puerta era el lugar que yo buscaba, el lugar donde todas las respuestas esperaban.

Me preguntó de nuevo si yo buscaba la puerta.

Le dije que si.

El fauno caminó lentamente hasta un tronco caído y se sentó. Una vez inmóvil hubiese sido imposible verle sin saber que estaba allí. Decidí preguntarle porqué me hacia esa pregunta. Me dijo que sólo aquellos que buscan la puerta pueden cruzarla. Le dije que entonces porqué me preguntaba si ya la había cruzado. El fauno guardó silencio.

Me miró fijamente a los ojos y me preguntó si yo entendía lo que estaba buscando, me dijo que cruzar la puerta no era un asunto sencillo y ligero, sino al contrario, era un contrato mágico, era un cambio de realidad, era una nueva vida. Me preguntó si estaba listo para semejante cosa.

Le dije que no entendía lo que me estaba tratando de explicar.

La furia del fauno vino de repente. En tan sólo un instante estaba sobre mí, empujándome contra la tierra como si fuese un insecto. Sus manos recias me lastimaban el pecho y el peso de su cuerpo me cortaba la respiración.

Me dijo que yo era un idiota por haber venido a este paraje, por haberme atrevido a buscar aquello que no comprendía completamente, me dijo que lo mejor que podía hacer era olvidarme por completo de ese lugar y no volver nunca más.

Le dije que yo había venido a buscar un lugar sagrado, y que esas búsquedas suelen traer cosas inesperadas. Cómo puede el hombre aventurarse a través de los mares y los desiertos si ha de tener comprensión de lo que le espera en su travesía. ¿Acaso aquellos que tocaron el polo norte, o llegaron a las cimas mas altas del mundo por primera vez, requirieron saber los riesgos del camino?

El fauno me miró con curiosidad y me permitió respirar una vez más. Luego me regaló una sonrisa suave y me dijo que este era de hecho, lo que él llamaría un riesgo del camino.

Fue entonces cuando el fauno me explicó qué era la puerta. Aunque lo primero que me dijo fue que él era su guardián. Nada ni nadie podía cruzar la puerta sin su consentimiento. La puerta como tal era un simple panel de madera de árboles que ya no se veían en la tierra, pero lo especial no eran los materiales, sino la forma como fue fabricada.

El fauno me contó que la puerta era tan vieja como el mundo, y que cuando todo comenzó, hace tantos, tantos años, la puerta fue cerrada y el fauno fue encomendado a la tarea de cuidarla. Al cerrar la puerta, los secretos de la vida y de la muerte quedaron atrapados en el otro lado, y los hombres que aparecieron en el mundo no supieron esos secretos.

Con el paso de los años, los hombres se hicieron pensantes y se preguntaron por el significado de la vida, del pensamiento, del ser y de la muerte, pero no encontraron las respuestas, sin importar cuánto pensaran en ellas. 

No las encontraron porque las respuestas estaban al otro lado de la puerta.

Filosofías enteras fueron diseñadas, creadas, concebidas para tratar de explicar los significados de las cosas perdidas, mas por mucho que los hombres intentaron, las respuestas siempre fueron incompletas, subjetivas, absurdas o ridículas.

Hasta que el primer hombre encontró la puerta.

Había estado buscando respuestas, como sus hermanos, pero se le había ocurrido que quizás la naturaleza las poseía. Los otros hombres se habían burlado y lo habían expulsado de sus primitivas sociedades. Sin embargo, este hombre buscó las respuestas hasta que encontró al fauno. Este fue el primer hombre en cruzar la puerta.

Le pregunté al fauno cuál había sido el destino final de ese hombre, pero el fauno me dijo que callara y no le interrumpiera.

Con el tiempo, otros hombres habían venido, habían cruzado la puerta y habían descubierto las verdades del mundo, y aún cuando en ocasiones pasaban siglos entre uno y otro, siempre aparecía un nuevo sujeto buscando la puerta.

Y ahora era yo.

El fauno me miró a los ojos y me preguntó si deseaba cruzar.

Le dije que tenía preguntas.

Me dijo que eso era natural.

Mis preguntas eran más de forma que de filosofía, más que interesarme qué iba a encontrar al otro lado de la puerta, quería saber qué había pasado con aquellos que habían cruzado antes, pero mas que nada, quería saber por qué alguien habría de querer cruzar de nuevo.

El fauno me miró sorprendido, me dijo que yo era bastante inusual para ser humano, y que mis preguntas eras sabias. Me explicó que al cruzar la puerta se revelan todas las verdades, pero como tales y en sí mismas, las verdades sólo pueden ser vistas por aquellos que han cruzado. Muchos hombres antes de mí habían caído en la tentación de contarle a sus hermanos y a sus amigos acerca de las verdades del mundo, sólo para descubrir que nadie mas podía entenderlas sino ellos mismos. Con el tiempo se hacían huraños y solitarios, y morían de pena y de tristeza y de soledad.

Algunos habían regresado para cruzar la puerta de nuevo, tratando de volver a un mundo donde las respuestas son desconocidas. Pero las cosas no funcionaban así, cruzar de nuevo era convertirse en parte de esa existencia pura y serena, era trascender a las verdades inexorables del universo y no regresar nunca más. Le dije al fauno que no me parecía un destino terrible, mas su mirada me hizo entender que debería seguir callando. Me preguntó si yo tenía idea alguna acerca de lo que significaba convertirse en verdad inexorable.

Le dije que no.

Me dijo que entonces no abriera la boca para decir más sandeces.

El fauno me llevo frente a la puerta y me preguntó una vez más si quería cruzarla.

Respiré profundamente y pensé en lo poco que sabía, en lo mucho que había buscado este paraje a lo largo de los años y en las noches en vela que había soñado con este momento.

Luego pensé en aquellos que vinieron antes que yo, aquellos que habían encontrado la puerta y la habían cruzado, cuán sublime pudiese ser el sentimiento de saberlo todo, de estar tan cerca de los propósitos fundamentales detrás del mundo; mas cuán solitario el no poder compartirlo con nadie.

Pero al otro lado de la puerta estabas las respuestas a todas las preguntas. Todo aquello que había anhelado saber estaba allí, esperando por mí, esperando para dejarme beber de su esencia.

Parado allí, al borde de alcanzar todo aquello que anhelaba, me encontré temeroso de hacer mis deseos realidad, quizás el precio que debería pagar era demasiado alto. Tal vez me había embarcado en este viaje por el viaje en sí, y no por la meta final. La vida, se me antojó en ese momento, era más hermosa en el camino, no en la posada. 

La divinidad del saber estaba a un paso. Más cuanta soledad puede traer la divinidad.

Finalmente produje mi respuesta, le dije al fauno que no deseaba cruzar la puerta.

Su sonrisa se relajó, me golpeó suavemente la espalda y me dijo que no había problema, que podía seguir con mi camino y buscar las respuestas por mi propia cuenta. Me indicó una dirección para continuar mi viaje y me dio un empujón para forzar mi primer paso.

Empecé a alejarme lentamente, cuando estaba al borde del claro en el bosque el fauno me llamó nuevamente y me dijo que si seguía por el camino en el que iba, directo hacia el norte, en tan sólo unos minutos llegaría al lugar sagrado donde las preguntas pueden ser contestadas, donde los misterios pueden ser revelados, donde las mentiras pueden ser descubiertas. Me dijo que por fin llegaría al jardín del edén, a la cuna del mundo, al primer paraje, al pensamiento original…

Le pregunté entonces que a donde llevaba la puerta.

El fauno sonrió malévolamente y se quedó inmóvil, haciéndose parte del entorno, como un árbol más en el bosque. Traté de buscarle con mis ojos pero al hacerlo noté algo aún más importante.

La puerta había desaparecido.

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